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Estúpidos cuentos de hadas.

  • Miguel Ángel Flores Hernández
  • 3 jun 2014
  • 2 Min. de lectura


Considero prudente comenzar escribiendo que en lo personal, nunca me gustaron los cuentos de hadas: tal vez esto se deba a que nunca me fueron leídos en la niñez.

Aborrezco los estereotipos de cualquier índole. Me parece desgarradora la idea que se les vende a los infantes, del creer, primero: que existe un príncipe azul, ya que esto pudiese ocasionar frustración en los varones que desde pequeños son forzados a cumplir una serie de requisitos y proezas para llegar a ser el valiente, temerario y bien mozo caballero que preserve el abolengo de una familia, por más vil que ésta sea. Es como aquél padre médico, que por exigencia del abuelo dedicó toda su vida a la galena profesión, y ahora quiere forzar a su hijo a que siga la enmienda tradicional de abrir cadáveres, vestir una pretenciosa bata blanca y escribir jeroglíficos en una pálida receta médica, pasando por alto la voluntad que pudiese tener el joven por desempeñarse en otro ámbito, sea cual fuere. Restregando en el rostro del muchacho frases insípidas como: ¿De qué vas a vivir? ¡Te vas a morir de hambre!, (Agregue usted su favorita)

Por otro lado la promesa mesiánica que adquieren algunas mujeres, con la esperanza de encontrar al príncipe azul, que sus sueños más húmedos les han prometido: me parece absurda. En el cuento de La Cenicienta, encontré un simbolismo que me parece adecuado señalar: la rama de avellanas que le da sus padre y que siembra en la tumba de su madre, regándola con sus propias lágrimas, esto me sugiere que el recuerdo de una madre idealizada de la infancia puede ayudarnos en las circunstancias más adversas si se mantiene vivo, como parte fundamental, de la experiencia interna. Como también la preservación de algo que queremos depende del cuidado que le demos, el tiempo, el trabajo, la atención, y no sólo esperar que alguien más venga y nos resuelva, como pasa al final en su encuentro con el galante príncipe azul.

Los cuentos de hadas son así, una semilla monstruosa para la generación de estereotipos en nuestra tan prestigiosa programación televisiva, redituable económicamente hablando, sino pregúnteselo a las enorme cuentas bancarias de productores, actores y asociados, que continúan creando telenovelas, programas televisivos en los cuales la niña pobre sufre, es pisoteada por la vida, pero al final, fiel a su complimiento, llega el niño rico para salvarla de su infierno y llevarla a la cúspide de la gloria.

Así pues, agradezco a mis padre no haberme leído cuentos de hadas en mi infancia, y enseñarme a su manera afrontar la vida de una manera práctica y hacerme saber que existen dualidades y alternativas, para darle un mejor sentido a todo esto.


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